Comentario
El ejército real cosechó un rotundo fracaso contra los sublevados de Escocia, teniendo que retirarse. Los escoceses por su parte lanzaron un ataque, provocando la urgente necesidad para la Corona de convocar al Parlamento inglés en demanda de ayuda. Se formó así el denominado Parlamento largo (1640-1653), elemento clave en el proceso revolucionario que se abría. Dominado por los presbiterianos, se opuso a la jerarquía episcopal, por un lado, mientras que, además, por otro, lanzaba fuertes acusaciones contra los favoritos del rey, principalmente contra Strafford, quien fue condenado y ejecutado (1641), suerte que poco tiempo después le tocaría padecer a Laud.
Al mismo tiempo que ocurrían estos acontecimientos, en Irlanda estalló otra gran revuelta: fue la reacción airada de la población católica desposeída de su territorio, que ocasionó la matanza de miles de colonos protestantes que se habían asentado en el Ulster. Este grave suceso crispó todavía más los ánimos por entonces ya muy exaltados de los ingleses contra los católicos, derivando en animosidad hacia la figura del rey al que hacían responsable indirecto de los hechos por su aceptación de los círculos católicos cortesanos.
Desde el Parlamento se atacaba ya con dureza el mal gobierno del rey, quien respondió con un intento de detención de los principales dirigentes parlamentarios, actitud que se volvería rápidamente en su contra al fracasar sus planes de acabar con la oposición. En Londres se constituyó un Comité de insurrección que pudo levantar al pueblo, por lo que sintiendo la amenaza muy próxima Carlos I se decidió a huir de la ciudad dirigiéndose hacia el Norte seguido de sus partidarios. Todo esto ocurría en 1642 y el enfrentamiento estaba servido. Ambos bandos, el parlamentario y el real, formaron bien nutridos ejércitos, aunque en el transcurso de la guerra no se produjeron muchas batallas sino más bien una serie de refriegas, asaltos y escaramuzas que hicieron de aquella conflagración una contienda sin grandes violencias ni devastaciones. Los realistas salieron derrotados en los encuentros más importantes: en Newbury (1643), Marston-Moor (1644) y Naseby (1645).
El rey tuvo que marchar hacia Escocia, pero allí tampoco fue bien recibido, como cabía esperar. No quiso aceptar el reconocimiento de la Iglesia presbiteriana y los escoceses terminaron por entregarlo a las fuerzas rivales a cambio de percibir una buena compensación económica.
La nueva situación creada resultaba un tanto extraña, inusual y embarazosa para casi todos. No se sabía bien qué hacer con el monarca, quien complicó aún más el crítico estado de cosas con su huida y posterior captura. Por un lado, los realistas seguían inquietando con sus acciones armadas; por otro, los parlamentarios se encontraban divididos entre moderados y radicales. El elemento que inclinaría la balanza hacia posturas intransigentes fine Oliverio Cromwell, jefe militar del todopoderoso ejército parlamentario que se había convertido en el instrumento decisivo para el control de la cadena de acontecimientos inesperados que se estaba produciendo. Terrateniente acomodado, ferviente puritano y hombre enérgico, Cromwell pasó a dominar la situación apoyándose en sus fieles seguidores de la milicia y en un Parlamento reducido que había sido depurado para llevar adelante los planes del nuevo mandatario. Sería precisamente esta asamblea (el Rump Parliament) la que finalmente enjuiciaría al rey y lo condenaría a morir, impactante suceso que se llevaría a la práctica el 30 de enero de 1649.
Hasta aquí los acontecimientos, los hechos políticos destacados, entre los que sobresalían, dentro del proceso revolucionario que se había desatado a comienzos de la década de los cuarenta, la guerra civil, la ejecución del monarca seguida de la liquidación de la Monarquía, la caída de la jerarquía anglicana y la desaparición de la Cámara de los Lores. No había ninguna duda de la notable importancia de estos hechos, de que se había producido una verdadera revolución, pero lo que no estaba tan claro, ni lo sigue estando, es por qué ocurrió. Desde aquellos momentos hasta el presente se han dado muchas y diferentes explicaciones; las interpretaciones han sido y continúan siendo divergentes; los intentos de simplificar el desarrollo de lo que aconteció se hacen en función de una u otra causa fundamental, ya sea de tipo estrictamente político (la lucha contra el absolutismo de los Estuardos), religioso (la protesta de los presbiterianos ante el dominio de la Iglesia anglicana y su rechazo del catolicismo), o principalmente económico (la revolución como protesta de clases, producto de los cambios sociales que se estaban dando por la evolución del sistema económico). Hubo de todo un poco, sin que pueda establecerse una única causa (en el estallido revolucionario incidieron factores muy diversos), ni darle el protagonismo a una sola y determinada clase social (hubo burgueses en ambos bandos y los sectores trabajadores, campesinos y urbanos, también repartieron sus preferencias); ni siquiera es válida la rígida distribución geográfica que tanto se ha repetido (el Norte y el Oeste realistas, el Este y el Sur parlamentarios) por la cantidad de excepciones que se dieron según la adscripción territorial de los componentes de cada bando. En suma, la que se conoce como primera revolución inglesa resultó ser un proceso complejo, muy difícil de esquematizar, que se ha prestado de continuo a enjuiciamientos partidistas y a valoraciones enfrentadas desde posturas ideológicas distintas.
Abolida la Monarquía, dio comienzo el mandato personalista de Cromwell que se prolongaría hasta 1658, año de su muerte; en una primera etapa secundado por un recién creado Consejo de Estado, y desde 1653 como dictador indiscutible a raíz de proclamarse Lord Protector, tras haber disuelto el Parlamento y suprimido el organismo asesor estatal. Durante una década Inglaterra soportó una férrea dictadura militar, opresiva y asfixiante, que obtuvo rotundos triunfos en el exterior y en el interior. Nada más iniciarse su gobierno, Cromwell tuvo que hacer frente a la oposición armada de irlandeses y escoceses, que apoyaban al hijo mayor del decapitado monarca Estuardo: los primeros fueron ferozmente reprimidos después de ser derrotados en las batallas de Drogheda y Wexford (1649), y los segundos también fueron vencidos en Dumbar (1650) y Worcester (1651). Asimismo surgió un conflicto bélico con Holanda, una vez que desde ésta se reconociese a los Estuardo y se decretase por Cromwell el Acta de Navegación, tan perjudicial para los intereses comerciales de los holandeses, los cuales le declararon la guerra, que finalizaría con la paz de Westminster (1654), nuevo éxito del ya nombrado Lord Protector que veía cómo sus amenazadores enemigos tenían que plegarse a sus condiciones.
No sufrieron mejor suerte sus oponentes interiores. Los que rechazaban el fuerte moralismo puritano que se había implantado en todo el país y los grupos más radicales que no admitían el excesivo dirigismo y el control político-social de la dictadura fueron igualmente reprimidos. Este estado de cosas cambió repentinamente con la muerte de Cromwell, ya que su teórico sucesor, su hijo Ricardo, se desentendió de tal misión, abdicando de sus prerrogativas como Lord Protector, dando paso así a una pronta vuelta de los Estuardo al poder.